martes, 25 de junio de 2013

ARTICULO DE QUIM MONZO (21/04/2004) y comentario posterior




QUIM MONZÓ - 21/04/2004
El domingo por la mañana decidí instalarme en un bar de la Gran Via a leer los diarios, los de ese día y algunos atrasados. Mi intención era encontrar una terraza, sentarme, pedir algo e ir leyendo. Pero el tiempo no acompañaba: hacía fresco y, aunque a ratos lucía el sol, en algún momento incluso llovió. De forma que vi que la única solución sería sentarse dentro. Fui al Garbí, pero la música del televisor sonaba tan atronadora que no había manera de leer nada. Uno a uno recorrí los mejores bares de esa calle, pero sucedía que, al no poder sentarme en las terrazas, dentro en todos había música. Hasta en el café Alegría había altavoces por los que sonaban las últimas canciones latinas, canciones que quizá interesaban a los camareros pero que era evidente que la gente que ocupaba las mesas –con los diarios desplegados– no tenía especial interés en oír. Me tocó la última mesa del fondo, la de la derecha, con un altavoz sobre la cabeza. Harto de ir de un bar a otro, decidí quedarme.
Y entonces, en “The Guardian” leí una noticia que, escondida entre el alud sangriento que cada día llega de Iraq, corre el riesgo de pasar inadvertida, a pesar de distribuirla Associated Press. Resulta que, en Falluja, las tropas estadounidenses que combaten en sus calles llevan un gran altavoz por el que emiten música heavy. “Hell’s bells” de AC/DC, por ejemplo, pero también piezas de otros grupos de rock, e incluso de Jimi Hendrix. Según el “equipo de operaciones psicológicas” del ejército americano, se trata de destrozar los nervios de los oponentes, a ver si, incapaces de resistir la música, salen de una vez a atacar y ellos pueden por fin seguir avanzando. Mezclan las canciones con insultos en árabe, entre los que destacan frases como: “¡Disparas como un pastor de cabras!” o “¡Que las ambulancias de Falluja tengan gasolina suficiente para recoger todos los cadáveres de los mujaidines!”.
La misma nota de AP explica que el ejército estadounidense ya ha utilizado la música otras veces para solucionar situaciones de impasse. En 1989 utilizaron rock y rap para hacer salir de su refugio a Manuel Antonio Noriega y, en 1993, en Waco (Texas), para acabar con el asedio a los davidianos les fueron poniendo “melodías cada vez más irritantes”. Y hay más. Una de las escenas mejor recordadas de “Apocalypse now” es aquella en la que los helicópteros atacaban utilizando, además de las armas convencionales, música de Wagner, una estrategia que según parece no fue inhabitual en la guerra de Vietnam. Y antes de que hubiese discos y casetes, en muchos ejércitos esa doble función animadora y aterradora la cubrían cuerpos de gaiteros y de tambores. Entre estos últimos hay que recordar al Timbaler del Bruc, que se anticipó a su tiempo y suplió la precariedad tecnológica de aquella época en la que los altavoces estaban aún por inventar con un uso ingenioso de los poderes de multiplicación sonora de la orografía de Montserrat. Una determinada música tiene efectos euforizantes, embriagadores, para los que comulgan con ella y, en cambio, resulta enojosa y sirve para atemorizar al enemigo. Ese es el trato. Y entonces he entendido qué tipo de relación se plantea hoy en día –desde que la música parece ser un elemento obligatorio en cafés y restaurantes– entre patrones y clientes."

COMENTARIO en "La Vanguardia" de 27/04/ 2004:
La música como incordio

En el artículo “La música como arma” 21/III/04, el escritor Quim Monzó ironiza sobre esa presencia sonora inhumana con la que nos encontramos fatalmente en cafés y restaurantes, en los trenes, en el metro de Barcelona...
Aunque suene a música, es el peor de los ruidos. Se la conoce como “música ambiental”, porque es algo que está en el ambiente, como un mal olor, pero el apelativo “música cojonera” indicaría mejor su talante. Por desgracia, el común de los mortales se ha resignado a convivir con esa plaga que da el latazo incluso en el silencio de las librerías.
Los amantes de la música, que saben de esto, deberían arremeter sin contemplaciones contra la “música ambiental” que nos invade por todas partes cuando, con la intención que sea, se impone a su deseo.
Sólo en el amor y la libertad la música nos da un poco de su paz.

FRANCESC X. GUILLÉN Barcelona