viernes, 6 de agosto de 2010
PLANETA DISCOTECA
En el mundo llamado "civilizado" no hay otro tipo de negocios más que discotecas. Discotecas en las que se venden zapatos, a las que llaman "zapaterías". Discotecas en las que dan de comer, "restaurantes". Discotecas en las que cortan el pelo, discotecas en las que venden fruta, discotecas en las que se vende ropa, discotecas móviles a las que llaman "buses urbanos". Incluso discotecas en las que se venden libros, y en las que uno ya no puede disfrutar ojeándolos antes de comprarlos con la necesaria tranquilidad que siempre había reinado en las librerías. Al parecer, ni los libros son lo suficientemente importantes por sí mismos sin sustraerse a la trivialidad de la discoteca para "darles valor". El primer y obligatorio producto que uno debe consumir es música. Al margen de que desee hacerlo o no. Esté alegre o triste. Acabe de tener un hijo o venga de enterrar a su padre.
El cerebro de las personas nunca puede trabajar óptimamente en aquello en lo que se encuentre ocupado, pues siempre está "intervenido" parcialmente por la escucha de la música, o por el esfuerzo en inhibirla. Aterra pensar que eso sucede en todas las ciudades del mundo "civilizado", y que por tanto éste está habitado por millones de personas de las que prácticamente ninguna está pensando con claridad. El "procesador cerebral" de las personas siempre trabaja multiprocesando esa tarea parásita obligatoria, ese "virus" ese "spam" musical. Es fácil deducir que eso provoca problemas de equilibrio psíquico y de salud en toda la sociedad, y que tiene profundas consecuencias sociales y de influencia ideológica.
Ello tiene sus ventajas para algunos. En el caso de los comercios, mermar parte de la capacidad de razonar de los clientes hace que tome el control la parte "irracional" de sus cerebros, y sean así más propensos a la compra impulsiva. La música ambiental subsana muchas deficiencias en el servicio, como rebajar la tensión de las esperas en las colas, o la probabilidad de robos. En ambos casos, la ausencia de música ambiental obligaría a contratar a más trabajadores. Prácticamente, la presencia de música ambiental está siempre asociada a algún "problema" que de esa manera puede permanecer sin solucionar. La presencia constante de música impuesta es la voz del "Big Brother" que "domestica" a las personas para que no puedan pensar del todo por sí mismas: "Big Brother te está hablando, Big Brother te está viendo".
Ese "cáncer" está alcanzando el grado de metástasis, pues ya está en el espacio público. Uno de los últimos reductos en los que uno podía sustraerse a su nefasta influencia eran los parques y plazas públicas, y las terrazas en verano. Pero últimamente, sin que haya mediado ninguna demanda por parte de nadie, muchos hosteleros han tenido la ocurrencia de sacar altavoces y televisores a las terrazas. No es probable que sea para atraer clientes, pues las terrazas en verano siempre estuvieron llenas de gente. Aquellas que no tienen altavoces están tan o más llenas de gente que las que sí los tienen, y sus conversaciones suelen ser más animadas. La música "amuerma", y esa debe de ser la razón por la que la ponen: hace que la gente se aburra antes de estar en el mismo sitio, y se vaya. O quizás no sean más que complejos de los propios hosteleros, que tienden a copiar cualquier "horterada" que vean hacer a la competencia.
Pero el problema más grave de esos altavoces es que su sonido invade el espacio público y obligan a los ciudadanos al consumo de unos contenidos sonoros en los que no tienen por qué estar interesados. Si una persona, por ejemplo, quiere leer un libro tranquilamente en un banco público, tendrá que hacerlo "tragándose" los videos musicales o el partido de fútbol de una terraza próxima. La falta de sensibilidad de los hosteleros hace que le dé igual poner los altavoces a un determinado volumen, como al doble o al triple. El ciudadano no podrá ejercer su derecho al disfrute de espacio público, pues éste ha sido "canibalizado" por el empresario privado para su propio beneficio. En muchos casos, llegan al descaro de colgar los altavoces de árboles o de mobiliario urbano. Algo que deja atónitos a muchos turistas europeos.
Muchas personas entran en el juego del abusador, disculpándolo: "No es para tanto, la música está baja, es prácticamente como si estuviera apagada". La respuesta es : " Si es como si estuviera apagada, entonces que la apaguen". Pero no, no se apaga de ninguna manera. Por lo que obviamente hay una diferencia. Y esa diferencia es la que uno tiene derecho a que le moleste. Incluso hay quien dice: "Si quiere leer un libro, vaya a leerlo a su casa". Por lo visto la lectura es una actividad clandestina. Y la conversación. Y la reflexión tranquila. Lo obligatorio es la discoteca, aunque sea discoteca-parque.
Lo más vomitivo es la actitud permisiva de las autoridades municipales hacia esos abusos. Las mismas autoridades a las que se les llena la boca hablando de "pactos cívicos" y de su apuesta por la calidad de vida de los ciudadanos, del fomento de la lectura y la tranqulidad, y "bla bla bla".
La idea clave es que nadie está interesado en que usted piense con claridad, y que escuche sólo los contenidos sonoros que usted desee. Nadie, salvo usted mismo. Y si usted no trata de defenderse de ese abuso, nadie va a hacerlo por usted.
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